Anónimo, Sobre azotes.

Me gusta los azotes, ¿Y Qué?
Soy una persona completamente normal, con un plan de vida bastante común, con deseos y necesidades como cualquiera otra. Con una familia tradicional, que asiste a la iglesia cada domingo y come sus frutas y verduras diariamente.
Con amigos y compañeros entusiastas, brillantes y con una amplia gama de temas interesantes que traer a la plática en cualquier instante.
Todos hablan de lo mucho que les gusta Radiohead, de su nuevo tatuaje que les costó meses de ahorro pagar, de la tarea que siempre tienen pero nunca hacen o ya de plano de como emborracharse cada jueves para sufrir la asquerosa cruda el viernes.
Pero a mí me gustan los azotes.
Me excita sentir el contacto del metal, del cuero, de la madera o de lo que sea en mi piel.
Ese exquisito ardor entremezclado con cosquillas que suele provocar que mis sentidos vuelvan a la vida
de forma simultánea  y se dupliquen.
Me fascina gritar y vociferar nombres de extraños (y de conocidos) mientras ellos me golpean y hacen vibrar mis caderas.
Cada golpe despierta en mí una lascivia que es más grande que mi recato.
Y siento que mi alma está en el éxtasis más delicioso que puede existir.
A punto de mi desvanecimiento, el movimiento sigue y escucho como la tabla con la que soy castigada rompe el aire para cobrar su efecto en mi cuerpo.
¡Que maravilloso sonido! Sólo es un anticipo para mi posterior deleite.
Rápidamente salgo de mis lujuriosos pensamientos, no debo olvidar que mañana hay examen.


Laura. Sobre azoteas.

Sobre azoteas.
Es algo nuevo, algo que tiene control sobre mi mente y mi cuerpo. Un provocador de éxtasis tan suculento que no me queda más que esperar a que me ponga la piel de gallina.
Eres ese pensamiento que mi mente necesita tener como esperanza del amor.
Eres lo que me hace pensar en las fantasías y en los sueños.


Ayer, cerré mis ojos mientras estaba contigo y me cubrí la cara con mis manos, quería experimentar y sentir en su totalidad esta gloria de saber que abriéndolos estarías frente a mí.


Tu cintura, aquel lugar donde mis manos quieren mezclarse, sentir tus costillas, tu cadera, tu abdomen, saborear tu piel que siempre pienso que huele a maracuyá.


Tus labios que siempre encuentran el espacio perfecto en los míos para hacerme sentir bien, completa.


Tu cuello, y el mío.
Tus pecas, lo que me provoca.
Tu risa, mi música favorita.
Tu corazón, mi vida entera.

Hablando de cojidas.

Los gritos alocados de Cecilia se oyeron hasta la plaza de toros, dos calles abajo.
Eran gritos desenfrenados, gemidos estruendosos que a cualquier cristiano lo hubieran puesto en una búsqueda morbosa inevitable.
Gritos de lujuria, de pasión, de una cojida inverosímil.
Patricio, el encargado de la fiesta del pueblo había mandado  a trasladar la noche anterior a los toros destinados a ser muertos al día siguiente.
Ya en la hacienda de Don Chucho, hacienda conocida por la cercanía al ruedo, eran hospedadas las bestias.
Después de unas horas, los últimos jornaleros se fueron.
Y llegó Cecilia.
A Cecilia le gustaban los animales, en especial los toros.

Hoy te amé más de lo normal. Hoy me decidí a ser tuya por el resto de mi vida.

FRUICIÓN


 Crunky Molina habla por sí misma.
Juventud, divino tesoro.

Ando de antojo.

"Un buen purgante fulmina la locura de amor" La tía Julia y el escribidor. Mario Vargas Llosa.


Con una infección de estómago que me duró todo este puente y las palabras de mi peruano favorito, mi familia podría jurar que en un fin de semana quería olvidar la palabra "amor" a toda costa. 

Más que sexo y porno, el morbo.

Normalmente no hago recomendaciones de páginas o blogs que sé que causarán una asco (excepto que las personas a las que les cuento mi descubrimiento hagan cara de expectación y perversión)  pero la mera verdad, es que con ésta, me ganó el morbo. Habemos tantos locos en este mundo.
Absténganse personas sensibles o puritanas.

http://blog.innerpendejo.net/ 


 

Una muestra de trabajos fotográficos que pueden encontrar en el blog, cuando el sexo se vuelve arte.

Salta y cállate

Miró al vacío, aquella muerte que parecía carcajear al compás de las bocinas de los autos. Su respiración no estaba agitada pero de vez en cuando percibía un ligero tumulto imaginario que lo hacía hiperventilar.
EL cabello pegajoso pegado a su frente le hacía sentir asqueroso, como si tuviera herrumbre por dentro, y gusanos comiendo lo que quedaba de su alma.
Logró asirse de una barra de metal convenientemente cerca de su brazo y dejó que el aire le recorriera cada centímetro de la espalda.
Nadie le prestaba atención en su hogar, con un hijo drogadicto y criminal, una hija apenas entrando al vasto mundo de la juventud y ya con una criatura en sus entrañas, una mujer consumida por los nervios y la continua sensación de tedio hizo que terminara por perder la esperanza.
Su misérrima vivienda, un cuchitril asqueroso y nauseabundo hacían creer que vivía entre un infierno de pocos metros.
Las lágrimas se derramaron y cayeron sobre aquellos zapatos torcidos y agujereados.
Los gritos detrás de su cabeza de pronto se volvieron reales y las miradas por fin se volvieron hacia él. Por fin podía reír y sentir aquel peso en su cuerpo que le hacía creer que existir era vivir.
Se vio a sí mismo sonriendo y moviendo alocadamente los brazos, como si en cualquier momento emprendiera el vuelo.
Si esta felicidad era capaz de sentirse, todo era posible.
EN esos segundos que abrió lo ojos pensó que desde la altura de aquel puente, no se podía percibir la porosidad tan perfecta del suelo que él logró contemplar por unos instantes, que para él, significaron toda una vida.