Salta y cállate

Miró al vacío, aquella muerte que parecía carcajear al compás de las bocinas de los autos. Su respiración no estaba agitada pero de vez en cuando percibía un ligero tumulto imaginario que lo hacía hiperventilar.
EL cabello pegajoso pegado a su frente le hacía sentir asqueroso, como si tuviera herrumbre por dentro, y gusanos comiendo lo que quedaba de su alma.
Logró asirse de una barra de metal convenientemente cerca de su brazo y dejó que el aire le recorriera cada centímetro de la espalda.
Nadie le prestaba atención en su hogar, con un hijo drogadicto y criminal, una hija apenas entrando al vasto mundo de la juventud y ya con una criatura en sus entrañas, una mujer consumida por los nervios y la continua sensación de tedio hizo que terminara por perder la esperanza.
Su misérrima vivienda, un cuchitril asqueroso y nauseabundo hacían creer que vivía entre un infierno de pocos metros.
Las lágrimas se derramaron y cayeron sobre aquellos zapatos torcidos y agujereados.
Los gritos detrás de su cabeza de pronto se volvieron reales y las miradas por fin se volvieron hacia él. Por fin podía reír y sentir aquel peso en su cuerpo que le hacía creer que existir era vivir.
Se vio a sí mismo sonriendo y moviendo alocadamente los brazos, como si en cualquier momento emprendiera el vuelo.
Si esta felicidad era capaz de sentirse, todo era posible.
EN esos segundos que abrió lo ojos pensó que desde la altura de aquel puente, no se podía percibir la porosidad tan perfecta del suelo que él logró contemplar por unos instantes, que para él, significaron toda una vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario